martes, 26 de agosto de 2008

Un cuento de futbol


POR LA BANDA
Esa vez que levantaron la copa jugaron un mal, pero todos los demás partidos los jugaron como ángeles. Eso me dijo mi tío, a él sí le tocó verlos coronarse.
Lo que yo vi una vez fue la copa. Mi salón de primaria estaba de visita escolar en el club y nos llevaron a la sala de los trofeos. Me quedé un ratote viéndola, ya con el metal gastado después de tantos años. Y dicen que el metal no envejece.
El Atlas ha tenido temporadas buenas, malas, peores y… todavía peores, pero uno no deja de querer a un equipo así como así. Será que me acostumbré a la idea de verlos coronarse de nuevo, en las gradas de la preferente con mi tío a un lado.
Él fue quien me llevó a al estadio siempre. Mi papá estaba demasiado borracho demasiado tiempo como para todavía irse a emborrachar al estadio. Decía que le gustaba el fut, pero nunca llevó puesta ninguna camiseta, aunque sus camisetas llevaran puestas ese olor a fermentado siempre. Nunca sentí mucha afinidad por él, ni vivo ni ya muerto. No extrañas lo que no recuerdas.
Fue mi tío quien me compró la primera camiseta, y me quedaba chica. Es que nunca he sido muy atlético, aún hoy mis talla “L” del Atlas me quedan chicas, bueno más bien justas, porque las extragrandes son para gordos, y yo no soy ningún gordo. Es sólo que no soy tan atlético, es todo.
Oí a mi tío corear muchos goles para luego toser. Y conforme la tos iba empeorando la urgencia de un campeonato crecía. Cada año lo escuchaba decir:

- El año que viene, seguro… cof

Mi tío murió de enfisema el año pasado, en una de las peores temporadas del Atlas.
Pasó tanto tiempo dopado en cama que doy gracias que no se enteró de lo mal que estaba jugando el equipo, no vio el estadio vacío, más vacío que nunca, las caras largas de la gente.
Las últimas palabras de mi tío nada tuvieron qué ver con el futbol. Uno piensa en otras cosas cuando se está muriendo. Pero algo es cierto, todos nos morimos así como así, cualquier día de estos.
No quiero morirme sin ver al Atlas campeón. Es lo que le digo a Rocío, al menos mi tío se pudo acordar de “Mil nueve cincuenta y uno”. Al menos él tenía a la mano el recuerdo de ese juego en que jugaron mal y se coronaron, ¿y yo?
Ella no entiende mucho, nomás me mira con sus ojos grandes y hace como que realmente le importa. Para mí eso debería ser suficiente pero cada día que pasa desde el entierro me viene preocupando más.

- Levanta las manos cabrón, álzalas donde las pueda ver, y a mí no me veas.

- Tranquilo, tranquilo… tengo dinero, llévate el dinero, llévate las tarjetas.

- Súbete a la camioneta cabrón, no te lo voy a repetir. Que no me veas, no nos veas a ninguno.

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- Faltan dos minutos para que termine el encuentro, y ha sido en mi opinión rarísimo ¿no lo crees Armando?

- Sí Gabriel, en cosa de dos minutos todo cambió y el autogol de Saavedra está metiendo al Atlas en la liguilla, contra todo pronóstico y apuesta.
Yo… bueno no debería decirlo pero hasta hace tres minutos yo daba por muerto al Atlas. Era un cero a cero que matemáticamente ponía a los capitalinos como uno de los mejores ocho en la carrera por el título y ahora la sorpresa no la da el Atlas, la da una totalmente impredecible combinación de resultados y un autogol de Saavedra en un disparo flojo que como vimos en la repetición ni siquiera iba a puerta.

- Si usted allá en casa juega al Progol debe estar muy enojado, pero si usted le va al Atlas además de sorprendido debe estar contento.
La gente en el estadio grita molesta con su equipo, cuando el arbitro concede disparo de puerta para el Atlas. Allá va la pelota lo más lejos posible, y fue todo. El arbitro pita el final del encuentro, Saavedra debe sentirse fatal, puso al Atlas en la liguilla después de un juego la verdad muy, pero muy malo.
Quédese con los comentarios finales en el estudio. Nos despedimos desde la capital del País mi compañero Armando Marcos y su servidor Gabriel Fernández.

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- ¿Dónde estoy? No veo nada.

- No hace falta que veas, estás vivo y entero. Nomás escucha bien Mai, si pones atención y haces lo que te digo vas a volver a ver a tu familia, si no pues ¿tú me entiendes no Mai?

- Sí, entiendo.

- Bien Mai. Muy bien.

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Nadie confía en la policía, no hoy ni nunca. Y la verdad no los culpo. Si somos todos unos hijos de la chingada. La señora esta nomás no deja de llorar. Ya se acabó la caja de pañuelitos con aroma. Ah la gente rica, si el rollo de papel sirve para lo mismo.
A mí no me importa que llore. Me preocupa estar concentrado en mi trabajo, porque los catorce años que llevo en esto me han enseñado que, lo haga bien o mal, siempre habrá alguien que se encargue de que se vea muy mal.
Tengo hambre. Deberían de ofrecerme algo de comer pero no. Si estos cabrones trajeaditos me ven como si les fuera a robar algo, se les olvida que son ellos quienes llamaron para que viniéramos. Como si las cosas pudieran estar peor.
El teléfono suena y todos se miran extrañados, en el fondo nadie quiere contestar.

- Conteste usted señor Hurtado.

El cabrón me ve como si lo hubiera mandado fusilar. Que se aguante, por algo es el presidente del club. Y además es él quien está en posición de negociar ahora, no la vieja chillona esta.

- ¿Bueno? hola soy Alejandro Hurtado, eh… soy amigo de la familia. Sí, Alejandro Hurtado… el mismo. Sí, entiendo perfecto.

Y sin más oprime el speaker del teléfono. Yo no le dije que lo hiciera. ¡Chingado! si no van a seguir mis instrucciones al pie de la letra yo mejor me…

- ¿Ya me oyen? Bueno, ya sabemos que hay mucha gente ahí, a lo mejor hasta policías. Pero pues, no importa. Lo que sí les decimos es, que tenemos a Eusebio Albarrán. Por ahora está bien, está vivo.

- Póngalo al teléfono.

- A ver, a mí no me vas a decir qué hacer Mai. Que te vaya quedando claro, aquí las órdenes las doy yo ¿va? Contéstame cabrón.

- Este… sí, escucho.

- En el e-mail de Eusebio pusimos fotos suyas atado, amordazado y vivo. La clave es “tijuana12”. Así, pegado. Entren y vean las fotos, son de hoy. Eso es nomás para que nos crean. No lo vamos a poner hoy al teléfono porque no se nos da la gana, pero quiero que entiendan que su vida depende de ustedes. Y más que de nadie, depende de ti Hurtado.

- ¿De mí?

- Sí, Hurtado, de ti. Por eso pedimos que la mujer de Eusebio te llamara cabrón.

- Diga la cantidad y ya veré yo cuánto puedo conseguir. El club no está pasando por un buen momento, varios patrocinios se vinieron abajo. Pero déjeme ver qué puedo hacer.

- No Mai, no queremos dinero. Queremos un campeonato.

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Aquella final del 99 con Toluca puso de muy buen humor a mi tío, aunque creo que en el fondo sabía que no iba a pasar de ahí. Yo sí que los veía campeones, el corazón se me salió cuando empataron. Y para cuando se fueron a penales lo que yo quería era que ya se acabara el juego, creí que no lo iba a aguantar. Pero sí pude. Pude hasta aguantar los penales.

- “El que falle se va a casa. ¡Qué neeervios!”

O algo así dijo aquél cronista de mierda. En fin, el penal lo falló un imbécil al que juré que iba a matar si me lo encontraba. Quería pegarle al muy pendejo, ¿cómo se llamaba? No me acuerdo ahorita.
Para la historia, Toluca fue campeón ganándole a quien sabe qué otro equipo. Para los comentaristas hubo un digno segundo lugar porque según dijeron en la tele,

- “Hubiera sido campeón cualquiera, pero en el fútbol gana quien mete los goles”.

¿Y en el tenis? ¿y el en beis? ¿y en el hockey?
¿En algún deporte gana el que falla? Pinches cronistas pendejos, nomás querían consolar a la gente para que siguiera comprando chelas. “Digno segundo lugar” Para mí no fue suficiente.
Los dos mil trescientos pesos de las entradas comenzaron a pesar en mi bolsillo roto. Los cuarenta y ocho años sin título estaban pesando en mis ánimos, y en mis ojos lo que pesaba eran las lágrimas.
Me dio vergüenza que mi tío me viera llorar, pero no era el único, toda la barra lloraba. Era un llanto furioso el de todos juntos, por eso rompimos butacas, pero el de cada quien era un llanto triste. Y Toluca que es una ciudad horrible me lo pareció aún más cuando salí del estadio. Cuando me emborraché en el autobús. No quise ni comer, y mi tío entre la tos me dijo:

- Fue cof, un juegazo. Con este equipo el año que entra seguro somos campeones.

Y lo odié por tomarlo con tanta calma, también porque el siguiente torneo no pasó nada, ni el siguiente, ni el siguiente, pero más que nada lo odié porque no volvió más al estadio. Yo y mis amigos de la barra sí. Ahí seguimos gritando y apoyando con todo. “La fiel”, así le dicen a la afición. ¿Tiene sentido no? Con un equipo así tiene mucho sentido.
¿Cómo se llamaba el pendejo que falló el penal?

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- La liguilla por el título comienza este miércoles y el primer encuentro se va a jugar a pesar del artero secuestro de Eusebio Albarrán, técnico del Atlas. La rama de la primera división se negó a posponer las finales porque sería darle el brazo a torcer a la delincuencia.

- Sí Gabriel, por eso y bueno también porque “en honor a la verdad” los tiempos para televisión ya están vendidos y los patrocinios corriendo.

- Bueno Armando, lo que acabas de decir le va a resultar polémico a muchos e incómodo a algunos pero es cierto.
Más allá de cualquier cosa deseamos que Eusebio esté bien donde sea que se encuentre y que todo se arregle para tenerlo de vuelta pronto. No cabe la menor duda de que los jugadores deben estar sumamente preocupados. Ojalá esto no interfiera en su rendimiento del miércoles ya que tendrán que hacer un esfuerzo doble porque el empate no les sirve para nada.

- Van contra “la Máquina”, el equipo mejor cimbrado de la tabla y el que mejor juego ofensivo desarrolló a lo largo del torneo regular. En la jornada ocho visitaron al Atlas y le metieron cuatro tantos.
A mí me parece que otra lluvia de goles se espera este miércoles en Guadalajara en el juego que me parece el más definidos de todos. Y estoy siendo realista, el Atlas no tiene con qué ganarle al Cruz Azul.

- Ni nómina.

- Ni técnico.

- Ni nada.

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Aunque ahora diga que no tiene hambre va a terminar por comer. ¿Será que no le hemos quitado la venda?
Eusebio dice que no hay equipo para ser campeón. Con razón nos va como nos va. Un entrenador que no cree en su equipo. En fin, Chito le repitió lo que ya le habíamos dicho desde el principio, y la verdad no lo tomó bien.

- Si no nos haces campeones te mueres.

- Déjenme hablar con mi mujer.

- Va a estar difícil.

- Mira déjame ir y te prometo que los saco campeones, te lo juro por quien más quieras… tengo familia.

- ¿Cuánto te pagan Mai?

- ¿Eh?

- Que ¿cuánto te pagan por dirigirlos? Si por dinero no los haces campeones a lo mejor así sí. Porque Mai, seguro te pagan más de lo que vale mi vida, pero no más de lo que vale la tuya.
No Mai, aquí te quedas, entre amigos, porque eso somos Mai. Mientras todo salga bien eso somos. Ni que fuera cosa de suerte.

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El portero de “La Maquina” recibió una noticia importante la noche anterior al primer juego de la liguilla.

“Vas a ser papá Octavio. Te amo.”

Octavio Nava sonrió primero. Estaba en concentración con su equipo, y se imaginó cargando a su hijo (no hija) después de un juego, lo imaginó pequeñito con la casaca puesta y mirando detrás de la portería. Luego, su mente hizo crecer a ese niño para ponerlo a jugar en el equipo de su padre. Desde el palco de veteranos del Azul, un Octavio ya viejo, veía orgulloso a ese cancerbero deteniendo cada disparo. Una pared humana. Qué orgullo dan los genes.
La sonrisa en la cara le duró horas, como dura cada cosa buena hasta que entran en acción las matemáticas.
No le salían las cuentas, no le salían las cuentas necesarias para ser papá. Según la versión de su esposa, tenía dos meses de embarazo. Justo las fechas en que fue convocado para selección. Su casa sola, su mente en una pelota, su bella esposa, sus celos a flor de piel. Imaginó a su hijo de nuevo, se vio a si mismo desde el palco. Imaginó entonces que no se le parecía en nada su hijo, imaginó que el palco era de un estadio de beisbol… su hijo era un pitcher, ¡un pitcher! y uno muy malo. Sin el rastro ganador de sus propios genes. Octavio Nava imaginó dudas toda esa noche.

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Cd de Mex. Lunes 19 de mayo.
Exhibieron el peor futbol de toda la liguilla, y aún así Atlas ganó por dos goles.
El primero de ellos fue el más desconcertante. En el minuto 34 el portero Nava convertido en el villano de la tarde, no hizo por la pelota. Pareciera que no importaba.
Ese tiro fue un chanclazo, el gol más feo en la historia de la liguilla si no es que el más feo de toda la historia del fútbol. Después en el minuto 73 Nava salió expulsado cuando ya la Máquina no tenía más cambios. Un codazo artero sin pelota disputada.
A partir de ahí ya no hubo nada. El segundo gol ni siquiera vale la pena narrarlo en este espacio.
El juego de vuelta fue infame. Los once del Atlas metidos atrás, los once del Cruz al frente, un montón de disparos a puerta frenados por la incapacidad de encontrarse huecos entre la carne rojinegra amontonada en el área chica.
Para olvidar, para dormir. Un juego de liguilla en el que lo único que pudo despertar al Estadio Azul fue el silbatazo final del árbitro Gamboa.
Y así, contra todo pronóstico y sin merecerlo, Atlas está en la siguiente fase eliminatoria enfrentando a unos Tigres que en los dos juegos borraron de tajo a los Rayos.
La lógica, el talento y la justicia deportiva se enfrentan al Atlas este jueves al filo de las 8:45 PM en Guadalajara.

Artículo de Gabriel Fernández para el semanario “Sólo de Fut”

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Conocí a la Güera un domingo después de salir de la iglesia. Nos mirábamos entre el pasillo mientras trascurría la misa. Rocío se sonreía con las caras chistosas que yo hacía burlándome del sermón de ese domingo. Era el del buen ladrón, “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso” y yo le guiñaba el ojo.
El Padre se dio cuenta pero prefirió ignorarme. Al menos hasta la salida.

“No vuelva a traer a su hijo a la iglesia cuando yo oficie Señora Lourdes, Mejor asista con el Padre Augusto a la misa de 7”

Eso me valió un dolorosísimo jalón de orejas. Pero también me valió poder escuchar su risa por primera vez. Rocío y yo crecimos juntos. Los primeros senos que tuve en mis manos fueron los suyos.
Lloró la primera vez que hicimos el amor. Le daba remordimiento. Ha sido un montón de primeras veces para mí, de muchas cosas. Sólo ella me vio llorar cuando lo de mi tío.
Después de diez años y a pesar que a veces no sé qué hacemos juntos, sigo enamorado.
El amor es así, uno se las tiene que ingeniar para que funcione. Por eso le oculto lo de Eusebio. Sin saber qué, ella sabe que algo pasa. Al mirarme lo siente. Después de diez años es así entre la gente. Pero Rocío hace su parte y se traga las ganas de comenzar un interrogatorio. Yo al mirar sus ojos grandes casi me reflejo en ellos, veo mis recuerdos y sonrío.

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En Sonora preferimos el beis. Ese sí es deporte de hombres. Yo era un buen jardinero central antes de volverme policía. El beis te enseña cosas.
Teléfono y tele. Así es como Eusebio Albarrán está dirigiendo partidos, en las noticias están diciendo que quien dirige es el auxiliar y si lo dice la tele para todos es la verdad.
Aunque se ve que los plagiarios son principiantes, tienen idea. Siempre llaman de un número distinto. Imposible rastrearlos. Pero es cuestión de tiempo. El tiempo te regala errores. Eso se aprende en el beis. El pitcher tiene que terminar rápido las entradas. El beis vive de los outs.
Dos juegos más. Ese tiempo le queda a Eusebio Albarrán como mínimo. En días son seis. Pedimos que el club nos diera los nombres de todos los integrantes de la barra, pero no los tienen. Fueron ellos mismos quienes los financiaron al principio, pero se les salieron de las manos. Y desde hace un rato cada que mandan a alguien al hospital: “El club se deslinda de cualquier responsabilidad etc. etc. etc.”
Ya no les dan boletos, ni transportes, ni financiamiento, pero esos vagos ahí siguen. Al club le viene bien el dinero de sus entradas, pero cuando las cosas son sólo malas: “El club se deslinda otra vez de cualquier responsabilidad etc. etc. etc.”
Antes de empezar el primer juego hicimos preguntas, así de la forma en que preguntamos los policías. Y aunque se rompieron dedos nadie dijo nada. ¿Será que saben pero nadie quiere hablar? Su equipo sigue en el torneo… ¡No! No, si te están rompiendo un dedo a güevo que hablas. O si ves que al de a un lado le están rompiendo un dedo pues te da por pensar que tú sigues. Nadie sabe nada. El que tiene a Eusebio podría no ser de la barra. Hay que esperar y hacer papeleo. El beis te enseña paciencia.

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Cuando truena no duele tanto, más bien te inventas que te duele, porque supones que debería doler. Pero eso sí, cuando se enfría la mano ahí sí no quieres ni mover el brazo. Pinches polis. Hubo un momento en que creí que todo se había acabado, que sabían. Pero “necié”, bendita necedad, casi hasta me creí que de veras Chito y yo no teníamos encerrado a Eusebio. Rocío les gritaba que me dejaran. Pensé que a ella también le iban a pegar, ¿qué habría hecho yo? Necear, decir que no otra vez, todas las veces. Bendita necedad.
Cuando vieron que con todo y dedo roto yo nomás no hablaba me dejaron tirado en el estacionamiento del estadio con mi bandera y mi novia llorando. ¿Qué van a saber los polis? Lo mismo que Rocío. La dejé en su casa después de que me llevó al hospital. Y de ahí a relevar a Chito al taller donde tenemos a Eusebio.
Chistoso, nunca pensé que a un yeso tan pequeño le cupieran tantas firmas. De todos modos guardé un espacio.

- Bien Mai, felicidades. Es la primera vez desde que agarraste al equipo que lo pasas a semifinales. ¿Ves que sí se puede? Órale, fírmale tú también. Aunque no veas. A ver escribe, mmmm, que diga: “Por la banda”. Eso, ajá, así con buena letra. Te traje comida caliente, tú tienes mucho más que festejar que yo. Órale come, sirve que me platicas ¿cómo le vamos a hacer con los pinchis Tigres?

Como dije, iba a terminar por comer.

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Raúl Nazareno odiaba al entrenador de Tigres. De hecho, odiaba a toda la institución.
La Comisión de Arbitraje le había iniciado una investigación a partir del escándalo de la fecha seis. En palabras del técnico de Tigres:

- “Lo vi recibir dinero”

Era mentira. Nunca había aceptado dinero de nadie, pero en lo que la investigación se llevaba a cabo dejó de pitar. Y así pasaron las semanas, cada una de veinticinco mil pesos. Multiplicado por doce jornadas perdidas sumaban dinero suficiente para que su hija hubiera tenido la atención médica adecuada y no esa deficiencia que había costado tantas lágrimas en su familia.
Aunque desde hacía años ya no quería a su esposa, para él fue a raíz de aquel escándalo de la jornada seis que todo se había venido abajo con ella: el divorcio, entregar la mitad de su sueldo, perder la casa que construyó durante años, su nueva vida en ese departamentito triste al que su hija no quería ir de visita. El desprecio al oír la voz de la pequeña:

- “Dice mamá que por tu culpa voy a cojear toda mi vida”.

Luego la actitud de arrastrado ante sus superiores de la Comisión Arbitral, soportar que le “regalaran” la oportunidad de pitar de nuevo después de verlo llorar de impotencia.

- “Cálmate Raúl, ten dignidad.”

Esa se la habían quitado. Por la calentura de un comentario, por el respaldo de la directiva de Tigres al comentario de un loco.
Por eso en el juego de ida de la semifinal entre Tigres y Atlas, no dudó en señalar cualquier cosa pitable en contra del los norteños. Foul uno, foul dos, tres, doce, amarilla a Ortega “el arquitecto”, tiro libre, mano dentro del área. Y aún así, los imbéciles del Atlas tenían que fallar el penal al minuto treinta. Le costó no mostrar su coraje. “Ayúdenme a ayudarlos.”
Pero había más tiempo. Foul quince, amarilla, tiro libre, falla Atlas, contragolpe, goool de Tigres… que fue anulado por una de esas faltas que a veces no ven los árbitros, y al fin lo que esperaba: delantero que reclama. De esas reclamaciones que a veces no le importan a los árbitros. Pero esta vez sí. Expulsado. Luego otra amarilla más y Atlas que ni así podía. Y sobre el final del juego segunda amarilla para Ortega, el cerebro de Tigres. Porque esas cosas no se le dicen a un padre.

- “Tu hija es una lisiada.”

Después de leer el reporte, la comisión suspendería a Ortega seis juegos por sus palabras, que por cierto nunca dijo, un juego al otro defensa, y dos juegos al técnico loco de Tigres por el puñetazo que todos vieron en TV.
Las estadísticas dirían que Raúl Nazareno terminó el juego de ida con un empate, un gol anulado, tres tigres expulsados, un diente despostillado y una extraña hinchazón en el pecho.
En el segundo juego de esa semifinal las estadísticas mejoraron cuando un defensa de Atlas metió un gol en un rebote con la rodilla. Tigres no podía construir jugadas, no sin Ortega. Nazareno seguía jugando a pesar de estar a ochocientos kilómetros de distancia. Sentía ese airecito entrar por la rotura de su diente al sonreír, y esa creciente hinchazón en el pecho. Al pitar su colega la eliminación de Tigres, Raúl Nazareno entendió que eso en su pecho era la dignidad reocupando su sitio.

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“Sucede milagro rojinegro”
Titular en Reforma.

“La Fiel festeja el pase a la final”
Titular en El Universal.

“Suerte de zorro”
Titular en Extra.

“Nadie cree en ellos, ni ellos”
Titular en Milenio.

“A la final de chiripa”
Titular en Cancha.

“El Zorro que tocó la flauta”
Titular en Sólo de Fut.

“Fiuuuuu”
Titular en 90minútos.

El primer juego de la final es este miércoles, Atlas es local.

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Salimos del juego de ida gritando como locos. Iba tan borracho como si ya fuéramos campeones. Me acuerdo que hablábamos de cómo conseguir los boletos para el juego de vuelta. Hasta ahí me acuerdo.
No sé cómo llegué al taller, pero hoy la resaca me está partiendo la cabeza. Al levantarme veo dos cosas: Chito dándole un plato de burritos de microondas a Eusebio, y Rocío mirándome fijo pegada a la pared del fondo. Sus ojos grandotes como queriendo llorar.

- ¿Por qué gordo?

Miro al imbécil de Chito con su cara de “no pude hacer nada”.

- No pude hacer nada Mai, me vio entrar al taller y se metió atrás de mí. ¿Para qué dejas la camioneta afuera, dijimos que la ibas a estacionar lejos?

Rocío sale corriendo y yo atrás de ella, la alcanzo ya en la salida. Maldita cruda.

- Te estás metiendo en problemas gordo, tú no eres así, yo no quiero ser así.

Le explico todo, que claro que no voy a lastimar a nadie, que es por la banda, que es por mi tío, por el Atlas. Es más, lo que digo parece tarjeta de aniversario, de esas que le encantan pero no me cree. Me dice que soy un mentiroso. Se suelta de mi brazo enyesado y se va corriendo por la calle. Si no estuviera tan crudo por lo de ayer juro que la seguiría. Sé que no le va a decir nada a nadie. Falta nomás el último juego, el de vuelta. Pase lo que pase Eusebio cena en su casa el domingo que viene, porque hay dos cosas que no soy, ni matón ni gordo, aunque Rocío me diga así de cariño. Yo le digo güera y no está güera, se pinta el pelo. Sé que lo vamos a arreglar, siempre lo arreglamos.
Cierro la puerta del taller pensando que tiene que valer la pena tanta payasada. De pronto escucho que tocan. Es Rocío que regresa para hablar y no quedarnos enojados. Seguro es ella.

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Se poncharon solos, aunque debo decir que tuvo mucho que ver la suerte.
Me acuerdo que cuando vi la firma de Eusebio en esos documentos pensé que era la firma más maricona que había visto en mi vida. Puntitos dentro de la b y la o como si fueran ojitos. Y vaya que las mariconadas son memorables. Esos papeles me los mostró su esposa, que nomás no dejaba de llorar. Supusimos que tarde o temprano los secuestradores iban a usar sus tarjetas de crédito, débito, cheques o algo que pudiéramos rastrear. Pero la verdad nunca creí verla escrita en un yeso.
Fue a la salida del primer juego de la final, un soso empate a cero. Aunque todo mundo dijo que fue un juegazo, hasta Hurtado y los demás directivos del Atlas a los que ya poco les importaba lo de Eusebio, todo era el Atlas en la final del torneo de futbol.

- “Debe usted entender que son muchos años oficial, no podemos evitar sentirnos emocionados.”

Lo que dijo Hurtado en el palco me hizo desconfiar de la gente del club. Así nos enseña el tiempo a los policías. Eso iba pensando cuando vi la firma de Eusebio Albarrán en ese yeso. Un gordo borracho venía festejando y gritando con otros dos payasos por los pasillos del estadio, como si ya hubieran ganado. Le vi levantar el brazo. Me quedé frío. Después ya más tarde lo reconocí. Le habíamos roto un dedo a la salida del juego contra Cruz Azul. Ahora estaba tan borracho que no me reconocía él a mí. Ese cabrón podía aguantarse el dolor sin decir una sola palabra, pero la firma en rojo de Eusebio Albrarrán sí que hablaba.

“Por la Banda! Atte. Eusebio”

Escrita como si la b y la o fueran ojitos, firma de marica.
Pude lanzarme ahí mismo a romperle los otros nueve dedos, pero como ya dije, el beis te enseña paciencia. Ese fue el primer strike.

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No tengo palabras para esos noventa minutos. Es mi emoción la que va a hablar. Mi emoción habla de tribunas a reventar. Habla de recaudación histórica. ¿Y cómo no? Era el clásico, el mismísimo Atlas-Chivas. Era el partido definitivo para los rojinegros, para mis rojinegros. Después de tanto, tenía que valer la pena, tenían que ganar, y yo tenía que verlo.
No fue un buen juego, de hecho el Atlas jugó mal. Ya habían dejado ir la oportunidad de ser campeones por eso a todos nos torturaban los nervios.
El primer tiempo quedó empatado a cero. Minutos de los que avanzan y recuerdan cosas, cosas malas y bien amargas. A mí me quedaban nomás dos uñas en la mano izquierda, las demás me las comí y seguro todavía las traigo en la panza. Pero en eso, a los diez minutos del segundo tiempo el árbitro le señaló un penal a Orozco.
Cubero se paró en el manchón penal temblando, ¿o era yo? ¿o era todo el estadio? porque ese no era un juego cualquiera. Cerré los ojos y justo cuando mi cabeza iba en la parte de “…bendita eres entre todas las mujeres y bendito sea…”, una ola de gritos de gol me sacó de la rezadera. Luego me dijeron que fue un bombazo al lado izquierdo. Creo que lloré o vi a alguien más llorar, o me lo inventé y nadie lloró. Ya no se bien porque como ya dije es mi emoción la que está hablando y no yo. Pero lo que sí sé y bien, es que Atlas ganaba. Atlas defendía como fiera. Atlas mataba de un infarto a Don Angel Bolumar, fundador del Guadalajara. Era mil novecientos cincuenta y uno, pero para mí fue ayer sobrino, porque me emociono tanto que hasta se me olvida la tosedera esta del enfisema, ¡hasta toser caray! Así fue ver al Atlas en el 51. Así fue esa vez que jugaron mal y quedaron campeones, pero eso sí sobrino… cof, los demás partidos los jugaron como ángeles.

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Nomás puedo ver con un solo ojo, la sangre me tapa la vista cuando me sacan a la calle.
Afuera del taller mecánico de Chito hay gente apiñada gritando cosas. Me duele la cabeza. Es la cruda del juego de ayer junto con el cachazo al abrir la puerta.
Rocío llora dentro de una patrulla. A mí me suben a una van blanca como la que tenía mi tío. Y aunque firmo mi declaración ahí mismo, de todas formas me dan en zonas que no salen en las fotos del M.P. pero cómo duelen. Hacen que olvide el dolor debajo del yeso.
Entre trancazo y trancazo un policía me dice que a Rocío la agarraron a una cuadra del taller. Ella les dijo que éramos dos y estábamos adentro con Eusebio amarrado.

“Fue tu vieja, ella nos dijo pinche gordo”.

Y de mi labio mordido brota un hilito de sangre. Por la confesión de Rocío y porque yo no soy ningún gordo. Soy talla “L”.
Lo curioso es que después de tanto golpe uno pueda dormir tan profundamente.
A los veintidós días recibo mi primera visita. La miro a través de este cristal como de cárcel gringa y no entiendo cómo se atreve a venir a verme, pero lo hace. Y a sonreír así, pero lo hace. Igualito que el día en que la conocí en la iglesia.
Dice que saldré en treinta y ocho meses si me porto bien; que Eusebio no levantó cargos en mi contra y eso ayuda. A Chito no tanto, porque era el dueño del taller, de la pistola y chance hasta de la idea.
Al oír su voz siento que algo se me pudre por dentro.
Rocío pone la mano en el cristal y me dice que se asustó, que no siempre sabemos por qué hacemos las cosas.
¿Perdonar? la miro y pienso que no. Mi garganta le guarda sólo gritos. No hay que querer a quien te falla. No vale la pena amar así, puro dolor, puro desencanto.
Miro poco más y de repente como que ya no pienso, lo sospecho al ver mi mano ya acomodada sobre la suya, apenas separada por un cristal milimétrico. Casi siento su calor ¿o será que me lo invento? Será que así se inventa uno el amor. Ojalá y no, porque uno no deja de amar así como así. Ni a los Judas del fut, ni a los del corazón.
Ahí está mi Rocío, su risa y sus ojos grandes. Al mirarlos casi me reflejo en ellos, veo mis recuerdos. Y pensando en que los años nunca son nada, sonrío.

Por la banda.